Asaltado por la inseguridad

7/4/2008

El viernes, me convertí en otro número más de las estadísticas sobre inseguridad en el país.

Tenía que ir al Supermercado a comprar algunas cosas para una reunión de amigos que haríamos el sábado en mi casa y al salir del trabajo, a eso de las 5 y treinta de la tarde, topé con que el invierno decidió empezar sus rigores húmedos ese mismo día, lo cual como todos en San José sabemos produce tres cosas: molotes (dícese de grandes acumulaciones de gente), evaporación de taxis (por artes mágicas oscuras, en cuanto llueve, los taxis tienden a esfumarse en el aire) y policías con alergia al agua (no hace más que caer una gota de agua del cielo, cuando los policías corren a "guarecerse" en sus cuarteles).

Pues los tres efectos confabularon en mi contra: al salir no habían taxis, así que me dirigí al parque central y al llegar a la esquina del Teatro Melico Salazar, el semáforo se puso en rojo, lo cual hizo que un molote se acumulara en la esquina, facilitando que un par de carteristas me hicieran el viejo (y muy publicitado por medios televisivos) truco de la distracción y mientras una de las delincuentes me ofrecía lotería, casi poniéndomela en la cara y yo por mi parte le agradecía pero declinaba su ofrecimiento, la otra delincuente se lanzó sobre mi con un abrigo en sus manos, introdujo su mano en la bolsa de mi pantalón y se llevó todo el dinero que llevaba conmigo. Obviamente al buscar algún policía, solo caí en cuenta de que estaba lloviendo!!

Antes de que pregunten por qué andaba dinero en efectivo, pues resulta qu la banda magnética de mi tarjeta se alzó en huelga y decidió funcionar solo en los cajeros automáticos, así que cada vez que tengo que comprar algo, debo sacar de previo el dinero en efectivo. Acepto eso sí, que la pereza me ha impedido ir al banco a cambiar de tarjeta.

El asunto no es el dinero que se llevaron, aunque me dejaron en la absoluta quiebra hasta el próximo pago (jiji), ni las compras para la fiesta, que al final siempre hice ya que hay mucha gente a mi alrdedor que cuida de mi y m socorre en momentos difíciles (cosa que agradezco infinitamente a la vida), el asunto es que queda uno con un vacío dentro tan horrible, que no tiene que ver con el despojo material, sino más bien con el asalto que perpetran en contra de tu propia sensación de seguridad.

Esta es la primera vez que me roban en la calle, ya antes se habían metido a mi casa, pero a mi propiamente nunca me habían asaltado.

Y aunque este asalto no fue muy asaltoso que digamos, es decir, por fortuna para mi no hubo violencia ni nada parecido, lo cierto es que el despojo de mi autoseguridad fue desgarrador. Todavía ayer me costaba aceptar que este es un hecho tan común que ni debería preocuparme por ello. Además siempre he sido un convencido de que los delincuentes son a fin de cuentas víctimas de la sociedad que nosotros ayudamos a construir (o desttruir?), pero que diferente es hablar de las víctimas desconocidas, a hablar de las víctimas de las que uno mismo fue víctima.

Hoy ya con la cabeza más tranquila y mis heridas internas en franca mejoría, solo puedo decir que mi compromiso por construir un país mejor, sigue incólume. No puede ser que cuando mi sobrina crezca y decida venir a caminar a San José, tenga que hacerlo con tres guardaespaldas o vestida con una manta por atuendo, por miedo a que cualquier otra cosa sea arrebatada de ella por una situación que no fue su responsabilidad que degenerara en esos términos de violencia.

Hoy nuevamente me comprometo a buscar mecanismos para convencer a más gente de la necesidad urgente de cambiar el rumbo de las cosas, de detenernos a dar atención y ayuda solidaria a todos esos niños en cinturones de pobreza que si no somos capaces de rescatarlos, engrosarán mañana las huestes delictivas de nuestras ciudades.

Hoy reafirmo que creo en el ser humano y que confío en que la solidaridad de nuestros corazones aflorará en el momento justo.

La violencia es una enfermedad con cura. La cura depende de nosotros.

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