Digamos Palestina...


Digamos que soy un hijo del desierto.  Mi vida es el agua.  Mi casa está donde mi vida aparezca.  Igual estoy aquí hoy, y mañana estaré allá.  Todo lo que me importa viaja conmigo.

Pero caminando y caminando, llegamos a una tierra llena de gente venida de todas partes.  La mayor parte de los habitantes se hacen llamar hebreos, del pueblo de Israel, y aunque creen ser dueños de las tierras por regalo de su dios, lo cierto es que desde hace muchos años sus reinos fueron derrotados por los asirios y los babilonios, pero igual cada quien cree lo que quiere.

Digamos que decidimos quedarnos a vivir aquí, abandonar nuestra ancestral madre nómada y asentarnos, es lo que ahora se hace en todas partes, la gente empieza a construir casas y sentirse dueños de esas piedras y techos.  Una casa es donde uno tiene lo que ama, por lo que igual será mi tienda de nómada que mi nueva casa en Judea.

Digamos que cuando uno vive muchos años se da cuenta de que nadie es dueño de nada y menos de la tierra:  Los persas vencieron a los babilonios y se proclamaron dueños de esta tierra, luego los griegos se pasearon por aquí y hasta los romanos hicieron de esta una de sus provincias: Palestina.

Igual nosotros seguimos trabajando las tierras, criando a nuestros animales y amando a nuestras familias.  El que se llame dueño de la tierra es lo de menos, mientras podamos vivir tranquilos.  Nuestros vecinos los judíos no logran entender eso, ellos creen ser los legítimos dueños de este poco de polvo y piedras y se ven obligados por su dios a defenderlo, luchando y muriendo con cuanto ejército llegue y ocupe el lugar.  Con los romanos es con quienes peor la han visto.  Al fin Roma es Roma.  El Imperio no es particularmente sangriento con las tierras que ocupan: permiten a sus habitantes convertirse en ciudadanos romanos, abrazar sus costumbres, rezar a sus dioses y listo, romanos, pero nuestros amigos hebreos no podían aceptar eso, porque su dios es el único dios y no pueden adorar a otro diferente.  Siguieron peleando, hasta que Roma se cansó, destruyó su templo y los expulsó a todos.  Fue triste verlos partir de la tierra de la que se creían dueños.

Digamos que a los romanos también les llegó su hora. Cuando el imperio de occidente cayó, Bizancio no tenía particular interés en estas áridas tierras y entonces los árabes la hicieron suya.  Entre Omeyas y Selyúcides, entre Saladinos y Mamelucos, fuimos parte de tantos reinos que perdimos la cuenta.  De pronto llegaron los turcos y nos hicieron parte de otro gran imperio, como el romano: los otomanos.  Y entre vaivenes, llegamos a conocer a aquel dios del que hablaban nuestros vecinos, el dios de Abraham: conocimos el Islam y dimos razón a nuestra fe y a nuestro espíritu.

Digamos que durante cuatro siglos vimos como los hijos de los romanos, que ahora se hacen llamar cristianos, trajeron la guerra a nuestra tierra.  Querían liberar Jerusalem, la santa ciudad que acogía a nuestros principales templos, porque, como antes los judíos, creían que esa tierra les pertenecía, porque su salvador nació, creció y murió aquí.

Los otomanos lucharon contra todas las cruzadas, que era como llamaban a las invasiones que hacían a través de los años.  Una vez enviaron un ejército de niños, a pelear la guerra de los hombres.  Que extraños estos cristianos.  Nosotros seguimos igual, viviendo, amando, orando, cuidando la tierra que nos protegía.

Digamos que ningún imperio es eterno y los otomanos también cayeron, a manos de los europeos, que eran los mismos cristianos pero con mejores armas.  Ellos también dijeron ser dueños de todas las tierras del imperio y se las repartieron.  A nosotros nos partieron en dos, el norte se lo dejó Francia, junto con Siria y Líbano y el resto se unió con Jordania en lo que se llamó el Mandato Británico de Palestina.

Y de pronto, los ingleses hicieron un trato con los hebreos, aquellos que durante casi 2000 años no se veían por aquí, para devolverles su tierra y que hicieran su propio país.  ¿Devolverles las tierras?

Digamos que nos quisieron convencer de que esta tierra donde llevamos miles de años viviendo, soportando imperio tras imperio, guerra tras guerra, siempre aquí, sembrando, amando, creciendo, esta tierra palestina que es nuestro hogar, ya no es tan nuestro.  Los hebreos consideran que esta siempre fue su tierra y que solo la dejaron en alquiler mientras regresaban y, bueno, ya regresaron.

Digamos que no estábamos preparados para que nos trataran de convencer de algo tan poco serio, tan poco lógico, tan injusto.  Ahora resulta que cuando por fin hay posibilidad de que quienes habitamos estas tierras seamos los que determinemos su futuro a través de un gobierno, van a traer a otros a robarse el mandado... como esto era tan inconcebible, hasta para los mismos ingleses, se les ocurrió hacer dos estados en la misma tierra.  De mal en peor, ahora no solo traen a gente que por 2000 años no ha vivido aquí, sino que partirán nuestra casa a la mitad, para darles un campito.

Digamos que no solo les dieron la mitad de Palestina, sino que los armaron, les dieron tecnología, les abrieron las bóvedas de la riqueza del mundo, para construir un país, mientras que nosotros solo teníamos lo poco que pudimos sacar cuando nos expulsaron de nuestra propia casa, y eso básicamente eran los cuatro chuicas, los tres güilas, la doña y la pobreza, porque si algo fuimos siempre fue pobres.

Digamos que en cuestión de meses el nuevo país que construyeron cercenando nuestra tierra, se hizo con un ejército tan poderoso, que venció a todos los vecinos que trataron de defendernos: Siria, Líbano, Jordania, Egipto, todos derrotados y a todos les arrebató pedazos de sus propios países, y aun peor, nos siguió arrinconando en cada vez menos terreno.  No sacó incluso de Jerusalen.

Digamos que durante 40 años el asedio, el acoso, la humillación y el despojo fue tan grande, que nos cansamos.  Y en 1987 se dio la primera intifada.  Esto es el burro amarrado contra el tigre suelto.  Israel tiene un ejército profesional, armado con tecnología de punta, que no duda en utilizar contra nosotros.  Lo que podemos hacer es levantar la voz, lanzando bombas que nunca darán en su blanco, porque el sistema antimisiles israelí se encargará de desturírlas antes de que acierten, pero que llaman la atención del mundo sobre lo que sigue sucediendo aquí.

Digamos que mi pueblo sigue muriendo, un día si y otro también, por el derecho sacrosanto israeli de defenderse.  ¿Defenderse? ¿Derecho? ¿Y el derecho de Palestina a existir como país? ¿Y el derecho a defenderse de los bombardeos que recibimos y que, a diferencia de las bombas lanzadas por Hamás, provocan la muerte de cientos de pobladores palestinos, civiles, gente que solo quiere un lugar donde vivir en paz.

Digamos que seguimos tan solos como siempre. Que el mundo se sigue justificando para no hacer nada y cerrar los ojos para no ver el genocidio contra nuestro pueblo. Que pronto no habrá ningún pueblo palestino al que deba dársele un lugar donde vivir.

Digamos que, sin merecerlo, Palestina está pagando por los pecados del mundo contra el pueblo israelí.

Digamos que Palestina merece un mejor futuro.  Somos seres humanos, como usted.

Digamos Palestina.