De David y los glóbulos rojos


17/5/2008

Hace unos días recibí un mensaje urgente que informaba que la cantante lírica Raquel Ramírez fue diagnosticada con leucemia aguda y que requería donantes para una transfusión completa de sangre que se le haría. Yo me ofrecí a donar, por lo que fui al Banco de Sangre del Hospital México, donde luego de algo más de una hora, el encargado me indicó que mis glóbulos rojos eran muy pequeños y que por eso no podrían recibir mi donación. Con gran pesar informé a la mamá de Raquel para que buscaran alguien más que supliera mi donación.

Aunque el evento me afectó porque sentí que le fallé a alguien con quien comprometí mi ayuda, en realidad lo que más me dolió es que mi olfato gordiano me indica que al final fue otro evento más para sumar a la lista de los gordos.

Me explico.

Quienes me conocen saben que no estoy pasadito de rico, en realidad estoy obesamente enorme, y por ello, como a todos los obesos que andan por ahí, el mundo de pronto nos queda pequeño y no solo eso, la gente tiende a considerar que somos demasiado grandes para sus círculos íntimos, ya ven que esos son pequeños y estrechos, así que si uno está dentro, pues hay que sacar a dos o a tres a cambio. Por eso, desde hace años que estoy así en la talla pornográfica (triple x), vengo escribiendo la lista de los gordos, con eventos y situaciones que pasan y que no son precisamente agradables.

Ese dia en el hospital, desde que llegué percibí que el encargado no se sintió nada a gusto conmigo. Yo sabía que no le haría gracia buscar mis venas, porque como mis brazos al nivel del codo, donde se obtiene la sangre miden aproximadamente 38 cm., es decir hay bastante grasa entre la vena y la superficie de la piel, lógicamente les cuesta encontrar por donde va. Pero eso no fue todo, de entrada, cuando quiso tomarme la presión, sucedió algo que ya me ha pasado muchas otras veces y es que la cinta inflable del esfignomanómetro, no cubre el grosor de mi antebrazo (55 cm.). El encargado, aunque no tenía nada más que hacer, nunca fue a buscar otro aparato con una cinta más larga, nunca tuvo la intención de tomarme la presión y tardó una larga hora en encontrar un pretexto para “despacharme”. Porque aunque no lo tengo claro, mis alarmas contra gordofóbicos me dicen que lo de los glóbulos es un cuento chino de los buenos.

Yo se que mi cuerpo dista mucho de la imagen clásica de belleza masculina, es decir, no necesito que nadie me recuerde que el David de Miguel Ángel tiene proporciones muy diferentes a las mías, pero siempre es horrible enfrentarse al desagrado de la gente que te ve. Yo la verdad es que no he podido con eso. Prefiero casi no salir, llego al trabajo a las siete de la mañana y por lo general me regreso a mi casa a eso de las siete de la noche y no salgo para nada; llevo mi almuerzo, que consumo en mi oficina; ahí mismo tomo café y mis únicas salidas son a las reuniones que me programan, que no son muchas y por lo general son dentro del mismo edificio.

Me muevo dentro de un grupo de gente que me quiere, que es como un círculo de seguridad en el que me siento muy bien, me siento apoyado y además siento que es gente que se ha atrevido a atravesar mis murallas colesterolosas, para ver lo que hay dentro. Eso lo agradezco y lo valoro muchísimo.

Pero no son majaderías, en realidad el mundo no está hecho para gente de mi medida. Prefiero no viajar en autobús, porque si me siento, ocupo casi dos lugares, por lo que a la gente le molesta ver que me quedo con dos lugares pagando solo uno. Y si me quedo de pie, bloqueo completamente el pasillo, lo cual son más malas caras, codazos, y hasta comentarios horribles.

Si voy a un lugar en el que tienen sillas plásticas, pues de fijo no puedo sentarme. En este tipo de sillas necesito poner dos juntas para que soporten mi peso (150 kg.). Lo peor son los lugares donde las sillas tienen brazos a los lados, porque por lo general ni siquiera puedo sentarme, sencillamente no quepo. Igual cuando llego a un restaurante, siempre me ven como con cara de “ya se lo comió todo” y es espantoso. Y lo peor son las gentes, que probablemente con buena intención, apenas está uno comiendo le empiezan a recordar lo mala que es la obseidad y que si uno no piensa hacer un esfuerzo por bajar de peso y demás comentarios, insisto, probablemente bienintencionados, pero que llegan en el peor de los momentos.

Y de la ropa, pues mejor ni decir. No puedo ir a ninguna tienda a buscar ropa, no tienen ropa de mi talla. Es un asunto tan desagradable que tengo años de no comprar ropa. Todo lo que tengo me lo han regalado, yo hace años no voy a una tienda a comprar ni un calzoncillo.

Al final, todo se resume en que me toca bajar de peso y ajustarme al mundo, así es esto. Lo bueno de esto es que la obesidad nos permite hacer esa elecciòn. Mientras tanto, pues no se como alimentar a mis glòbulos rojos para que crezcan, pero por aquello de rojo, le estoy dando duro a los chocolates rellenos de cerezas, para compensar… vamos a ver si funciona.

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